‘Trinta Lumes’, ganadora del premio de la crítica en el D’A Film Festival Barcelona

El jurado de la crítica, integrado por Ignasi Franch, Daniel Jiménez Pulido y Daniel Pérez Pamies, decidió distinguir el primer largometraje como directora de la cineasta gallega Diana Toucedo. Ava, de Sadaf Foroughi, recibió una mención especial

En la Sierra de O Courel, en Lugo, los habitantes que moran las 54 aldeas que puntean sus valles despiertan cada día un poco más cerca del abismo del olvido. De todos ellos, apenas 30 son niños y niñas a la espera del inevitable abandono del hogar para integrarse en la vida de la ciudad. 30 almas en tránsito hacia un viaje quizás solo de ida. Pero también, en el fulgor de esa luz que se desvanece, están depositadas todas las esperanzas para que una forma de vida (acaso reformulada), su historia y, en definitiva, la cultura viva de un lugar siga perteneciendo al mundo de los vivos.

En el año 1975, poco antes de ser brutalmente asesinado, Pier Paolo Pasolini escribía con gran pesimismo sobre la desaparición de las luciérnagas. Para el poeta italiano, los diminutos seres luminosos habían desaparecido por la contaminación lumínica igual que cualquier contrapoder había quedado sepultado bajo la luz del poder. Contra esta idea derrotista se pelearía mucho después Georges Didi-Huberman en su Supervivencia de las luciérnagas al preguntarse cómo puede declarar la muerte de las supervivencias.

No parece casual, por lo tanto, que en este discurso en torno a la(s) resistencia(s), donde la identidad cultural y la tradición resisten a duras penas bajo los potentes focos de una aldea cada vez más global, la película Trinta lumes invoque la luz de las luciérnagas como último refugio de lo real y lo fantástico. Una constelación luminosa en la que podrían resonar los ecos de El espíritu de la colmena de Víctor Erice, donde la mirada infantil y femenina (en este caso, fragmentada y múltiple) modela un universo que bascula entre el retrato documental y el género fantástico. Un juego de interferencias donde la contemplación paisajística más atmosférica cede el paso a una ficción que coquetea con los cuentos de fantasmas y las casas encantadas, arrastrando ciertas convenciones del cine de terror (como algnos usos de la música o la presencia de determinados encuadres). No obstante, el resultado encuentra más afinidades en la obra de Apichatpong Weerasethakul que en la mitología del terror hollywoodiense, y expande imaginarios desde una idiosincrasia alejada del centro de poder del audiovisual global.

El título de la sugerente ópera prima de Diana Toucedo hace referencia a esas treinta luces resplandecientes sobre las que se sostiene esa frágil preservación de la Memoria. El filme comienza con un plano general, una postal, desde las Tinieblas. En él, las ramas de un enorme árbol centenario son mecidas por el viento nocturno mientras, progresivamente, unas voces irrumpen en la sepulcral sinfonía del sonido de la noche. Son voces que buscan y gritan el nombre de una joven. Una de esas treinta luces se ha desvanecido, desaparecida y devorada por ese paisaje de antiguos castaños y robles, de paredes de roca colonizadas por el musgo y por las que fluye el agua.

La desaparición con la que se abre la película se erige simbólica por lo que sintetiza y expone en torno a una forma de vida en vías de extinción. Es decir, lo que sucede con las aldeas de la Sierra de O Courel no es más (ni menos) que la misma desesperada historia de supervivencia de otros muchos pueblos, villas y aldeas a lo largo y ancho de la geografía de la Península Ibérica. Pero la desaparición es también uno de las mecanismos dramáticos de penetración de lo ficticio en la mirada documental. El filme se construye, precisamente, sobre esta doble dialéctica entre lo que se nos presenta como real y lo que conduce la película a los terrenos de la ficción a través del fantástico, entre la belleza brutal y agreste de sus paisajes y el desamparo y la melancolía que estosdespiertan, entre la vida y la muerte…

Como película capaz de conjurar a los muertos para hacerlos dialogar con los vivos, infiltrándose a través de las rendijas y grietas de espacios y lugares suspendidos a veces en una especie de no-tiempo, probablemente Trinta Lumes prefiera expandirse más allá de la mirada melancólica y del verdadero drama de la despoblación de esos núcleos rurales. La desaparición de Alba, la joven ensimismada con las leyendas del imaginario popular, no es un punto y final. Más bien al contrario: es tan solo la pesadilla de una niña que despierta y abre los ojos a un nuevo hogar con todo un futuro por delante. Una nueva luz se ha encendido.

Ignasi Franch, Daniel Jiménez Pulido y Daniel Pérez Pamies