“Black Mother” ganadora del Premio de la Crítica en L’Alternativa Festival de Cinema Independent de Barcelona

El Jurado de la Crítica de L’ Alternativa Festival de Cinema Independent de Barcelona integrado por Vanessa Agudo, Laura Blanco y Aaron Cabañas, ha otorgado el Premio de la Crítica a “Black Mother” de Khalik Allah, además de una mención especial a “La Casa Lobo” de Joaquín Cociña y Cristóbal León.

Hogares

Vanessa Agudo, Laura Blanco y Aaron Cabañas

El cine, ya sea documental o de ficción, como cualquier expresión creativa que cataliza y vehicula los estados de ánimo del creador, no está sujeto a una narrativa cerrada que acote la relación entre significante y significado. La materia cinematográfica es capaz de captar realidades y reproducirlas a través de imágenes que arrojen un discurso no ligado a la estructura clásica en tres actos de la narrativa occidental. Las vanguardias cinematográficas europeas exploraron, en la década de 1920 y a través de lo que se dio en llamar “sinfonía urbana”, la imagen como artefacto no solamente estético sino también semántico, portador de un relato despojado de toda trama, que halla su potencial discursivo cuando las imágenes coliden entre sí mediante el montaje.

Así, por ejemplo, en Rien que les heures (1926), Alberto Cavalcanti nos descubrió la periferia de París y sus habitantes, desde el alba hasta el anochecer, incluyendo en su retrato filmado a harapientos y engalanados, evidenciando el contraste entre ricos y pobres en la ciudad de la luz; Walther Ruttman hace lo propio en Berlín, sinfonía de una ciudad (Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt, 1927), mostrándonos el ritmo de la potente maquinaria del progreso industrial y cómo este afecta a la actividad y estilo de vida de las personas; Jean Vigo en A propósito de Niza (À propos de Nice, 1930) nos ofrece un relato poético que convierte una instantánea de la ciudad y sus habitantes, en sátira de sus clases pudientes; mientras que en Lluvia (Regen, 1929) Joris Ivens se aproxima a Amsterdam de una forma claramente esteticista, utilizando el flujo líquido como motivo visual pero también narrativo para hilvanar un retrato, a ratos cristalino a ratos borroso, de los ciudadanos de la capital holandesa.

En Black Mother (Khalik Allah, 2018) también hay agua que fluye. Es la de un río que, emulando el ciclo vital, sugiere el trayecto entre el nacimiento y la muerte de los habitantes de Kingston, en Jamaica. El film de Allah supone, pues, un certero retrato existencial en esta isla caribeña, que ya desde su título alude al origen (africano) de la vida, y que queda vinculado a sus bellos paisajes naturales. “Los que comen de la tierra no enferman”, reza una voz en off en un pasaje del film. El pueblo jamaicano es, en cierta manera, hijo de esta naturaleza salvaje.

A la manera de las sinfonías urbanas antes citadas, pero dando aquí protagonismo al omnipresente paisaje rural jamaicano, Khalik Allah recorre también la ciudad para mostrar los cuerpos y rostros de sus habitantes, todos ellos, de todo tipo: bonitos, lisiados, tersos, demacrados, jóvenes, adultos,…en un gesto más cercano al documental antropológico que al cine topográfico. Así, cobra especial relevancia el uso que el director norteamericano hace de los formatos: la mezcla del super 8 y el 16mm, ambos analógicos, junto al uso del digital, refuerza la pluralidad de esta propuesta narrativa de notable fuerza expresiva. Allah compone este palimpsesto a través de un montaje ágil pero no acelerado, que acompaña de voces (en off) de los propios habitantes de Jamaica. Así, con dicha polifonía, el discurso abraza varios temas y deviene poliédrico: la espiritualidad emerge de lo cotidiano, el lumpen habita en zonas rurales, la industrialización convive con la naturaleza, la vida se abre paso en un entorno hostil.

Un entorno hostil que también existe, aunque de otra forma, en La casa lobo (Joaquín Cociña, Cristóbal León, 2018), mención especial del Jurado de la Crítica. El film construye una historia de claustrofóbica fantasía inspirándose en los hechos reales sucedidos en Colonia Dignidad. Este asentamiento chileno fundado por el exmilitar nazi Paul Schäfer fue testigo de atrocidades cometidas contra sus habitantes, marcando con especial crudeza la frágil psique de los niños que allí vivían. Es por ello que Cociña y León idean su trama desde el punto de vista de una niña atrapada en la colonia. En ningún momento se establecen referencias concretas sino que se expresan libremente los delirios propios de esta mente infantil que busca huir del dolor expresándose a través del lenguaje del cuento.

El abuso en el propio cuerpo produce la acción de construir uno nuevo, en este caso la propia casa, mimetizándose la niña y ésta en varios momentos de la animación. También repetidamente aparece representado gráficamente el ojo del lobo que acecha y escuchamos igualmente su voz, en clara alusión a la sociedad panóptica de la que forma parte la víctima. Se trata aquí de invertir el papel de la técnica de animación, tan asociada con el entretenimiento infantil, para  plasmar las heridas perpetradas por una educación traumática que promovía una existencia llena de soledad. Por todo ello, La casa lobo trasciende su virtuosismo técnico dentro del campo de la animación para convertirse en un ejemplo de cómo sugerir el horror puede ser incluso más aterrador que mostrarlo.