Inicio y desenlace de un proyecto editorial de cine

PEQUEÑA HISTORIA DE UN SUEÑO TRUNCADO

Empecé a colaborar con Ediciones Paidós en 1988. Al año siguiente, me pidieron que coordinara las publicaciones de cine, a partir de la nueva estructura editorial que propició su instalación en Barcelona, procedente de Buenos Aires. Fueron tiempos de efervescencia, de grandes proyectos, que incluyeron la consolidación de unas cuantas colecciones: Comunicación Cine (de tendencia universitaria), Studio Cine (divulgación a partir de autores en lengua española, luego rebautizada como Sesión Continua), Paidós Películas (monográficos sobre clásicos)… Intentamos que todo eso siguiera una línea determinada, y que el lado más académico se complementara con la atención a una cierta tradición cinéfila de la que no estuvieran exentos ni el rigor ni la voluntad informativa. Junto con las publicaciones de Editorial Cátedra, el conjunto pronto se convirtió en una referencia ineludible para lo que entonces, en la década de los 90 del siglo pasado, empezaba a configurarse como una bibliografía básica para los estudios audiovisuales.

Por un lado, se publicaron traducciones de los libros más importantes de David Bordwell, Alain Bergala, François Jost, François Albéra, Stanley Cavell, Jacques Aumont, Fredric  Jameson, Michel Chion, Pierre Sorlin…, así como de clásicos de André Bazin o ediciones de autores locales como José Enrique Monterde, Esteve Riambau, Santos Zunzunegui, Carlos F. Heredero, Antonio Santamarina, Àngel Quintana, Áurea Ortiz, María Jesús Piqueras o Ramon Freixas y Joan Bassa. Por otro, se inició una labor de distribución que acabó incluyendo revistas como Nosferatu, Archivos de la Filmoteca  o las publicaciones de la Academia del Cine. De una manera u otra, Paidós se estaba convirtiendo en el lugar por el que pasaba todo aquello editorialmente importante que sucedía en este país en materia cinematográfica. Y ese lugar se encontraba en el cruce entre la academia y una nueva escritura ensayística sobre cine que después daría abundantes frutos. Sin embargo, como tantas otras cosas, todo se vería truncado por la voracidad especulativa con que empezó el nuevo siglo.

En efecto, la absorción de Paidós por parte de Editorial Planeta terminó con todo este sueño. Los nuevos responsables decidieron que la bibliografía cinematográfica no era rentable y empezaron a desmantelar toda la estructura que con tanto trabajo se había construido, una labor de demolición que incluyó igualmente las secciones de filosofía, arte y tantas otras, hasta que solo quedaron los libros de autoayuda y divulgación. Hoy día, Paidós como tal no existe, reducida a un apéndice sin importancia del gran monstruo que es Planeta. En otras palabras, un ejemplo más de la conversión del mundo editorial en un negocio impersonal que trafica con libros de la misma manera que podría hacerlo con zapatos o embutidos. No obstante, no hay que exculpar de todo ello a quienes en aquel momento estaban al frente de Paidós, pues no tuvieron ningún escrúpulo a la hora de vender su pequeña botiga a los tiburones que les ofrecían una jubilación dorada. En un mismo día despidieron a los responsables de todas las áreas humanísticas y dejaron la editorial en manos de los nuevos bárbaros.

¿Qué queda de todo aquello? Por supuesto, los libros editados, el proyecto iniciado, las ideas divulgadas. Pero poco más. Como el resto de las publicaciones españolas sobre cine, Paidós queda en el recuerdo como algo que pudo ser y no fue, aunque lo fuera en breves momentos de fulgor. En aquellos mismos años, los festivales y las filmotecas aportaban desde el sector público el complemento indispensable para lo que ofrecían Paidós, Cátedra y las demás empresas privadas que aún tenían algo que decir. La escritura sobre cine vivió una época dorada, truncada por los inicios de lo que luego se conoció como la “crisis”, esa gran estafa. Lo cual es una demostración más de hasta qué punto la creatividad está relacionada con la economía o, por lo menos, con la posibilidad de que las ideas vean la luz. Pues, si no lo hacen, el debate cultural es algo que nace ya muerto.

Carlos Losilla