La crítica y los festivales

Un festival de cine es sobre todo una selección, por tanto, un canon. Jamás debería obviarse esa característica inherente al concepto festival: quien selecciona determina qué se ve e incluso qué puede llegar a considerarse película del año. ¿Tiene la misma circulación y el mismo alcance crítico una película seleccionada en Cannes que una en Rotterdam, Bafici o Karlovy Vary? Sabemos que no.

Un festival, así pues, es una selección y asimismo un programa que debería poseer cierta coherencia, aunque en ocasiones, casi siempre, no suceda de este modo. Pero un crítico debería preguntarse si existen trazos textuales comunes en el grueso de los filmes seleccionados (y sus razones) como también qué condiciones contextuales vinculan a las películas seleccionadas en los certámenes de cine. Cada vez más pantagruélicos, resulta muy complicado para el crítico actual llegar a averiguar e interpretar los mensajes de todas las películas programadas en un festival de clase A y B (y eso sin contar los mercados de películas), pero también resulta importante remarcar la importancia de crear una nueva jerarquía en el circuito de festivales de cine y apostar por estructuras horizontales donde Cannes, Berlín, Toronto o Venecia no sean los responsables absolutos del compás de la distribución global. Quizá habría que buscar una nueva ecología de festivales más de acorde con el verdadero fenómeno de lo global.

En este sentido, la labor del crítico, a mi juicio, debería ser la de un espectador curioso siempre abierto a nuevas propuestas. Es complicado dejar de lado las obligaciones laborales y después los gustos personales cuando se atiende un festival, pero lo óptimo sería poder combinar esos tres perfiles. En ocasiones es decepcionante leer sobre un festival en los medios y observar que toda la prensa habla de las mismas películas y casi en términos similares. Estoy absolutamente en contra de la microcrítica 2.0, soy de las que creo que el cine merece algo más que ser despachado en 140 caracteres, aunque tampoco censuro a quienes encuentran en las redes sociales un amplificador de sus opiniones. De estas palabras se desprende que, en efecto, soy partidaria del slow criticism porque no creo en las decisiones tomadas en caliente ni en los textos paridos para provocar una retahíla de retuits.

No veo mucha diferencia entre la crítica online, offline, diaria o mensual, a excepción de las fechas de entrega y la presión del cierre (también es cierto que los mensuales se benefician de más tiempo para reflexionar sobre los filmes y de ventajas como el Festival Scope, donde se pueden recuperar algunas películas de los programas festivaleros), aunque sí que veo obvias diferencias entre medios escritos y medios audiovisuales. Los festivales son el peor lugar para realizar entrevistas (junkets de diez personas, ¿perdón?) porque no son en realidad entrevistas, sino meros textos promocionales que podría parirlos el departamento de relaciones públicas de la distribuidora de turno. Eso no es ni periodismo ni, por supuesto, crítica. Aunque todo sea dicho, sucede igual fuera del contexto festival: las entrevistas promocionales “de cartelera” son igual de frustrantes. Creo, así pues, que los contextos más flexibles son los que ayudan a la crítica. La prensa ha de ser rápida y ágil, pero a la crítica se le presupone hondura.

© Paula Arantzazu Ruiz, 06-09-2015