La crítica y los festivales de cine

En 2010, tras una década escribiendo sobre cine en diversos medios, y gracias a la confianza que recibí del entonces director del certamen, José Luis Cienfuegos, tuve la oportunidad de unirme al equipo de programación del Festival Internacional de Cine de Gijón. Hasta aquel momento, había asistido a diversos certámenes cinematográficos con la óptica crítica y/o periodística del comentarista cinematográfico. Y ese mismo año ya comencé a darme cuenta de que los mecanismos que se activan en el cerebro del programador cuando se enfrenta a una película no son exactamente los mismos que cuando lo hace como crítico (y creo que no deben serlo). A continuación, me permito elaborar un pequeño decálogo personal conformado por impresiones y prácticas que, de no haber llegado a ejercer la programación en festivales internacionales, posiblemente no habrían llegado a ser tenidas en cuenta por quien suscribe.

  • Un programador ha de tener clara la dimensión del festival que está programando. No es lo mismo programar un festival de alcance minoritario (y de presupuesto acorde al mismo), un festival temático, uno internacional, o un clase A. Evidentemente, de todo certamen cinematográfico se espera que cumpla unos determinados objetivos de público, difusión y ayuda a la distribución, y su dimensión afecta ineludiblemente a las metodologías de trabajo y a los criterios de valoración de los contenidos, entre muchas otras cosas.
  • La labor de un programador no consiste únicamente en programar aquello que a él le gusta. Evidentemente, hay numerosos puntos en común entre el gusto propio y la tarea del programador (si una película le resulta a uno repugnante como espectador, no va a ser postulada de ningún modo para ser programada), pero también conviene tener una capacidad de observación y una apertura de mente (y, por supuesto, escuchar las opiniones de compañeros de confianza) que permitan detectar el interés que puede albergar una determinada obra, aunque a uno no le resulta plenamente satisfactoria desde un punto de vista estrictamente personal.
  • Un programador ha de procurar dejar el ego al margen. En una ocasión, Mark Peranson declaró no comulgar con aquel perfil de programador que se jacta de haber descubierto una película “como quien descubre un planeta”. Seleccionamos películas que existen antes y existirán después de nosotros, y conviene que el hecho mismo de darlas a conocer al público y a los medios de comunicación en las mejores condiciones posibles sea la mayor recompensa que podamos esperar. Los protagonistas principales han de ser siempre los cineastas y las obras.
  • Un programador ha de ir contra la obviedad y arriesgar. Conviene no estancarse en fórmulas de probada eficacia, y cuestionarse y reevaluar los pasos que se han dado en las ediciones inmediatamente precedentes. Conviene innovar e incluso, a veces, también provocar al espectador, rompiendo sus expectativas (siempre salvaguardando la calidad de las obras seleccionadas, claro está).
  • La pedagogía cinematográfica ha de llevarse a cabo de forma escalonada y racional. Del mismo modo que sería contraproducente obligar a leer un libro de Hegel a un lector sin la adecuada preparación, hay propuestas fílmicas que requieren de nuestro aprendizaje previo, el cual ha de ser trabajado con un planteamiento de festival que permita recorrer el camino que lleva desde propuestas que logran apartarse de lo convencional mediante lenguajes reconocibles para el público mayoritario, hasta aquellos trabajos más abstractos, complejos o depurados, de modo que los espectadores sean invitados a emprender dicho trayecto por su propia cuenta.
  • Un festival no programa siempre lo que quiere. Por cada filme que es seleccionado, el programador ha de trabajar en lo posible para conciliar el criterio y las posibilidades presupuestarias de su festival con las aspiraciones de una distribuidora, una productora y de un/a cineasta, respetando en lo posible la estrategia de festivales que tengan los responsables de la película en cuestión. El calendario también condiciona indudablemente la programación, y conviene que la generosidad sea asimismo una constante, pues en algunos casos se puede llegar a concluir que resulta más conveniente para una película que participe en otro certamen.
  • Las propuestas cinematográficas locales dentro de un festival internacional. El criterio de valoración ha de permanecer dentro de unos límites en lo posible similares al resto de secciones, pero también ha de tener en cuenta la limitación inherente a una cinematografía local (algo que supo entender perfectamente Marco Müller en su época como programador en Venecia). Y un festival no puede permitirse dejar de lado el apoyo a los creadores locales que, entre otras cosas, están financiando con sus impuestos el certamen.
  • Respeto al trabajo ajeno. Conviene que tanto el crítico como el programador sean sinceros y todo lo implacables que deban que ser con las obras a las que se enfrentan, pero teniendo siempre en cuenta que detrás de las películas hay personas como nosotros.
  • Las premieres. Es importante para un certamen que en las reseñas periodísticas se cite dónde han sido estrenadas y vistas las películas. No por ego personal, sino por reconocimiento al trabajo de todo el equipo del festival al completo, de forma que el lector/espectador también reciba información sobre el tipo de cine que programa el festival en cuestión.
  • La labor de un festival no ha de medirse únicamente por el palmarés. El palmarés es fruto de decisiones tomadas por un reducido número de personas, y la combinación resultante de los diferentes criterios y los premios que han de otorgarse da lugar a infinidad de posibilidades distintas. Antes bien, es mucho más lógico enjuiciar el trabajo de un festival por sus líneas de programación, y el equilibrio entre su capacidad para descubrir y mantener viva la memoria del cine.

© Alejandro Díaz Castaño, 06-09-2015