“Lazzaro Felice” ganadora del Premio José Luis Guarner en el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya

El jurado de la crítica del Festival de Sitges integrado por Mariana Freijomil, Javier Gutiérrez y Daniel de Partearroyo, decidió premiar al filme “Lazzaro Felice” de Alice Rohrwacher y conceder una mención especial a “Under the Silver Lake” de David Robert Mitchell.

 

Mariana Freijomil, Javier Gutierrez y Daniel de Partearroyo

El Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya no podía inaugurar su 51º edición de una forma más emocionante. El discurso de la actriz Tilda Swinton, Gran Premi Honorífic, justo antes de la proyección de la esperada Suspiria (2018) de Luca Guadagnino, referenció los últimos momentos que compartió con su padre, recién fallecido. La actriz se preguntaba por los sueños de su progenitor durante su convalecencia. ¿Qué evocarían? ¿Que reflejarían de la realidad y de su yo más íntimo? De igual modo, los espectadores del certamen podrían cuestionar las imágenes que este año han surcado las pantallas y que nos han transportado a otros mundos. Este año el cine de terror, el fantástico y la ciencia ficción ha abordado desde el imaginario cómo las imágenes sueñan nuestra sociedad. Si en la edición anterior la otredad monstruosa reclamaba un nuevo lugar, en filmes como La Forma del Agua (Guillermo del Toro, 2017) o Thelma (Joachim Trier, 2017), en la presente edición nuestra herencia cultural tiene algo que decir sobre el presente. Siguiendo esta línea el jurado de la crítica decidió otorgar por unanimidad el Premio José Luis Guarner a Lazzaro Felice (2018) de Alice Rohrwacher y conceder una mención especial a Under the Silver Lake (2018) de David Robert Mitchell.

Lazzaro Felice nos ofrece desde la fábula social y costumbrista. La película se divide claramente en dos partes. En la primera la directora italiana retrata a los campesinos que habitan la aldea llamada la Inviolata, donde cultivan tabaco en condiciones casi feudales para la condesa Alfonsina de Luna. La cámara se detiene los  rostros y manos de sus protagonistas con un recogimiento que recuerda a Ermanno Olmi y los cuerpos afilados de Pasolini. Los gestos y los paisajes luminosos que atraviesan esta mitad de la película visibilizan las relaciones de poder entre los personajes, que chocan y se quiebran ante la mirada inocente de Lazzaro. La bondad y desinterés de las acciones del protagonista revelan la naturaleza abusiva, no sólo del vínculo entre la condesa y sus trabajadores, sino también entre semejantes.  La pureza de Lazzaro parece de otro mundo y es desde esa distancia que refleja  extrañeza ante los engaños y los límites jerárquicos desde donde se opera la revelación que emergerá en la segunda parte de la película, donde Lazzaro resucita, literalmente en nuestro tiempo. Es en esa resurrección en la que se obra el milagro de este relato, que recupera el neorrealismo y lo transporta hasta nuestros días, señalando que el feudalismo ha dejado el campo para habitar nuestra cotidianidad, no únicamente doblegándonos ante el poder del dinero y los bancos, sino además viviendo obedientes, bajo un engaño que confundimos con el único bienestar posible.

En Under the Silver Lake también encontramos un trabajo riguroso con la filmación de rostros y la peculiar manera que David Robert Mitchell tiene de asimilar la herencia de un legado cinematográfico que, en esta fábula neonoir llena de conspiraciones ambientada en Los Ángeles, se manifiesta literalmente como lápidas sobre las que deambulan personajes sin rumbo. Después del éxito de It Follows, su director y guionista se aleja del género de terror para traernos un thriller de suspense que bebe del cine negro de mediados del siglo XX, con detective al frente incluido, lleno de influencias hitchcockianas –Vértigo y La ventana indiscreta al frente– aderezadas con un toque David Lynch y muchos otros referentes fílmicos, de Nicholas Ray a Robert Altman, o literarios, como el Thomas Pynchon más desbordante.

Ese racimo de referentes culturales por el que se mueve el protagonista de la película durante las pesquisas que le llevan a buscar el rastro de la misteriosa chica que conoció una noche y luego desapareció acaba revelándose como imágenes, símbolos e indicios que sobrecargan nuestra realidad, muchas veces impidiendo que alcancemos la perspectiva necesaria para ver las fuerzas que actúan en su composición. ¿Nos limitamos a nadar en el líquido amniótico de la cultura pop para cobijarnos de un mundo exterior violento e incomprensible? ¿Manejan los ricos y poderosos códigos que desconocemos con los que seguir explotando para su beneficio (¿o tan solo saben dónde están los mejores restaurantes?)? Quizás Los Ángeles en Under the Silver Lake no diste mucho de la Inviolata de Lazzaro felice como escenario de un engaño habitable. De cualquier modo, pese al espíritu postmoderno de toda su obra, no podemos pasar por alto cómo Mitchell regala gestos de cariño sorprendentemente tiernos como los primeros planos que dedica a cada nuevo personaje que aparece en su relato coral. En Hollywood todo el mundo es digno de ser Janet Gaynor por un instante.

Sobre la imagen personal, la percepción social del cuerpo y su transformación también habla Domestik, la película de Adam Sedlák galardonada con el Premio Citizen Kane a la mejor dirección novel. Se trata de un relato extraño y poco frecuente, donde lo fantástico emerge de manera peculiar desde la realidad más cotidiana. Convertir en película de terror el entrenamiento de un ciclista profesional en su propia casa tiene mérito, más haciendo uso de apenas dos personajes y un solo escenario, pero además Sedlák logra transmitir el agotamiento de esos cuerpos en pulsión repetitiva –mientras el ciclista entrena sin descanso, su pareja actúa sobre su metabolismo buscando facilitar las posibilidades de quedarse embarazada– a través de un dispositivo formal riguroso e inclemente que secciona las anatomías de sus protagonistas a medida que se van deteriorando progresivamente.

Todos los trabajos destacados por el jurado de la crítica apuntan a un cine consciente de su peso en el tiempo y de cómo la memoria de esas imágenes es capaz de dialogar con el presente, ya sea  mirando la realidad desde la fábula, universos referenciales o en el pálpito de cuerpos que aspiran a metas que los consumen. La realidad, la historia y la cotidianidad siempre serán fuentes inagotables de revelaciones sólo explorables mediante el cine y lo fantástico.