Contaminación positiva

Dice el tópico que no hay peor lugar para ver una película que un festival de cine, con su exceso de estímulos y su colisión de energías. Felizmente, la frase resulta falsa en la mayoría de ocasiones, pero cubrir un certamen de este tipo sí significa asumir la falibilidad de nuestra mirada. Si todo filme es susceptible de ser condicionado por los afectos y circunstancias del momento en que lo vemos, aquel que se cruza en nuestro camino en medio de un festival, encajado entre otras películas, ruedas de prensa, entrevistas e idas y venidas varias, queda inevitablemente afectado por el ruido que lo circunda. Las películas rara vez son objetos herméticos, sino que se intoxican entre ellas con avidez. La crónica que afirme lo contrario se engañará a sí misma pretendiendo que la razón del crítico es inmaculada, cuando el estado mental con que se aborda la escritura se acerca, en no pocas ocasiones, al siniestro total.

En efecto, un festival es caldo de cultivo para pasiones exageradas y odios injustificados; todo puede depender de detalles en apariencia tan nimios como la hora de proyección, y lo que hayamos visto justo antes (o que veremos justo después). Pero una vez aceptamos que el texto resultante de nuestra experiencia (al menos, en lo que concierne a los resúmenes para publicaciones mensuales; no puedo hablar por los cronistas diarios, sometidos a la dura disciplina de las secciones oficiales y las horas de cierre) no es tanto una tasación de piezas sueltas como un relato armado por unidades que lanzan ecos unas a otras, se abre la puerta a la gran baza que proporcionan los festivales: el diálogo natural que se establece entre dos, tres o más películas por el simple hecho de coincidir en un mismo tiempo y lugar, y que difícilmente percibiríamos de verlas separadas por meses de distancia. Puede que este vínculo solo tenga lugar en nuestra cabeza, pero esto también forma parte del juego, que nos lleva a pronunciar (escribir) en voz alta intuiciones temerarias, acaso erradas, pero a las que jamás habríamos llegado de no tener la conciencia (fílmica) alterada.

© Gerard Casau, 06-09-2015