Hacia una reflexión más amplia: sobre festivales de cine y otras tendencias

Cada vez que acudo a la inauguración o la clausura de un festival de cine, con sus alfombras rojas y sus estrellas invitadas, con sus cinéfilos ansiosos y sus masas expectantes, me hago la misma pregunta: ¿qué tiene que ver esto con aquello que conocemos como “cultura”? En otras ocasiones me interrogo de un modo aún más severo: ¿qué es eso que llamamos “cultura”? Pero dado que esta segunda cuestión necesitaría inscribirse en el marco de una reflexión más amplia (como suele decirse), regreso siempre a la primera rebajando un poco el tono: ¿puede un festival hacernos pensar, o se limita cada vez más a ser un “evento”, una celebración de las distintas “industrias” (comercial, nacional, independiente…), donde el “discurso” sobre la contemporaneidad o el pasado del cine queda en segundo término ante la necesidad de convencer al público de que ese tinglado es económicamente bueno para la ciudad o algo parecido?

Pues ese “algo parecido” se ramifica en distintas manifestaciones. Por mi parte, apenas he pisado festivales extranjeros. De hecho, mi experiencia se limita a una visita a Venecia hace ya bastantes años, por lo que mi opinión al respecto no tiene ninguna importancia. No obstante, hace más de veinte años que frecuento certámenes hispanos, aunque eso no cambie las cosas, pues Gijón y Sitges, San Sebastián y Sevilla, me han servido no para opinar sobre su programación, sino para utilizarla como punto de partida de una reflexión más amplia (me persiguenotra vez esas palabras). Todo ello solo demuestra que mi trabajo como “periodista” en este campo es bastante limitado, lo cual me deja un amplio margen para actuar como una especie de flâneur que ve películas, organiza sus propias teorías y, sobre todo, intenta ver qué es el “cine de ahora” para inscribirlo en el “cine que hemos visto”. Esa es mi obsesión en los festivales: estructurar, periodizar, establecer relaciones entre las películas que veo y no abordarlas como objetos únicos e irrepetibles, al margen de una “actualidad” impuesta por las derivas del poder político-económico y sus medios de comunicación.

Pues bien, por si eso no sonara lo suficientemente solemne, también adoro otro tipo de pensamiento al respecto: ¿qué papel desempeñamos en ese contexto quienes formamos parte de la “prensa especializada”, ya sea desde periódicos o revistas, alrededor de las páginas de “espectáculos” o en el interior de ciertos tipos de crónica más ambiciosos, en papel o en la red? En otras palabras, me preocupa que no aprovechemos lo que nos ofrecen los festivales, todos ellos, los que se toman a sí mismos más en serio y los que únicamente pretenden ofrecer un puñado de películas a una audiencia hambrienta de imágenes. Me inquieta que aquellos que, en principio, estamos destinados a dialogar con el espectador, a proponerle una primera visión de determinadas películas o tendencias, no estemos a la altura de esas propuestas y de ese público. No hay que decir que digo esto precisamente porque sucede demasiado a menudo. Tampoco ocultaré mi opinión acerca de que, en este país, existen escritores que se enfrentan al cine con ganas de darlo a ver, de obligarlo a formar parte de esa misteriosa “cultura” de la que antes hablaba. El hecho de que por ahora venza la primera opción, sin embargo, no debería hacernos desistir de lo que realmente importa.

Dos cosas esenciales, pues: aquello de allá y esto de aquí, lo que sucede en la pantalla y lo que extraemos de ello. En el fondo, un festival no debería ser, para nosotros, algo muy distinto de esa rutina cotidiana en la que, a veces, podemos ver tres o cuatro o más películas al día. ¿Cómo hacer para que nada se pierda? ¿Cómo escribir, o hablar, de todo ello dejando ver las conexiones? ¿Cómo conseguir que esas muestras del cine que se hace ahora lleguen a caracterizar precisamente ese “ahora”? Pues nada puede resultar más hermoso que un festival de cine si logramos que se muestre transparente al respecto. Y nada puede ser menos estimulante que un festival de cine que se empeñe en ser solo una colección de películas recientes, un desfile inconexo del prêt à porter fílmico de la actualidad. Esa presunta “actualidad” no existe. Es solo un invento de quienes quieren negar significado a lo que nos rodea, arrebatarle el sentido. Por el contrario, la circulación entre la imagen y su espectador es un proceso fascinante, y siempre que he gozado de un festival como tal, como propuesta homogénea, ha sido de este modo: cuando he podido comprobar, día a día, sesión tras sesión, que las ideas contenidas en su programación forman parte de otras ideas, de otros modos de pensar, de una reflexión más amplia. Pero ya ven, sigo con eso. ¿No será que, en el fondo, esa “reflexión más amplia” oculta conceptos que cada vez parecen estar más prohibidos para nosotros? ¿No será que deberíamos hablar de estética, y de política, y de las relaciones entre estética y política, y no nos atrevemos a hacerlo?

© Carlos Losilla, 06-09-2015