La crítica y los festivales
En los festivales de cine, al menos a los que he ido yo habitualmente (Cannes, Berlín, Venecia, San Sebastián…), hay películas de todos los géneros; y en consecuencia hay también informadores de todos los géneros, desde el crítico profesional al crítico vocacional, desde el cronista enviado por un periódico hasta el minucioso investigador del lenguaje cinematográfico, desde el que escribe para una revista mensual o semestral muy especializada (en cine) hasta el que lo hace para una revista ligera. Es evidente que cada cual sabe, o ha de saber, para quien escribe y su función en el Festival. Mi experiencia al respecto me ha llevado a considerar que yo a mi periódico no debía de enviar ni los comentarios de un minucioso investigador, ni los de un crítico de revista especializada, ni tampoco los de un cronista social, sino una mezcla “sensata” de material informativo, de opinión y de lectura provechosa y entretenida (escribo en ABC, y por lo tanto para un lector que llega a mi página después de las de política y antes de las deportivas).
El primer gran dilema de un “crítico” en un Festival, pongamos por caso el de Cannes, es qué ofrecerles a sus lectores: ¿la información y análisis (siempre en la extensión más bien escueta de un periódico) de las películas que el Festival ha elegido para su sección oficial, las que van meramente a competición, algunas que puedan ser interesantes de las otras secciones paralelas, las opiniones, entrevistas y ruedas de prensa de los directores y actores de las películas…? Supongo que el sentido común es el que dicta el comportamiento del “crítico”, aunque en mi opinión hay que tener mucho cuidado en que tus propios intereses, tus filias y fobias, tus caprichos o tus extravagancias no te lleven a escribir una crónica para ti y para los “tuyos”… Si escribes para un periódico, has de escribir para sus lectores, y pensando qué es lo que a ellos les puede interesar.
Sobre esto, la actualidad, las nuevas tecnologías y los cambios de los modelos informativos han traído a los festivales otro paisaje, una flora y una fauna nueva con intereses muy variados, con otros campos de influencia y con otros tipos de lectores o seguidores. El crítico digamos tradicional, el que está anclado a la columna, a la sección oficial y al editor jefe es ya una “rara avis”, y mientras él sigue el carril oficial marcado por el Festival y hace su crónica diaria, ve con estupefacción como cientos de críticos (no tradicionales) saltan de sala en sala, de película en película, escriben a matacaballo, o luego, o nunca, y forman un nutrido grupo de influencia en los ambientes del festival (“¿pero, no has visto la última película del rumano Fulanescu, que la daban en la Sección Ni Te Acerques?”). Quiero decir que, en cierto modo, ya no es la situación ideal el ir a un Festival pagado por un periódico y con unas coordenadas claras al respecto; la situación ideal es ir “a tu bola”, ver lo que te apetezca, coleccionar cuántos más títulos y directores mejor, escribir según llegue la inspiración y descubrir cineastas y películas que pasarán a la lista de notables por estrenar.
Tras muchos años de navegación por los Festivales de Cine, creo saber ya lo que me gusta de ellos: ver una o dos películas buenas al día junto a otras dos no tan buenas; no empacharme de películas que ni me gustan ni soy amigo de nadie al que le gusten; tener tres horas libres para sentarme a escribir y tontear en el folio; saber cuánto y de qué tengo que escribir para que no me destrocen una crónica a la que yo le he dedicado varias horas de espectador y otras varias de escritor; que no se me amontonen los grandes cineastas por descubrir, pues los festivales suelen ser una buena zona de caza para el crítico “idiota”, y lo digo con cariño, que descubre medio centenar de genios en cada festival que luego desaparecen en el interior de la lámpara.
Y puesto que ya sé lo que me gusta de los festivales, me empiezo a dar cuenta del poco futuro que tengo en ellos.
FIN
© Oti Rodríguez Marchante, 06-09-2015