«Last and first men», de Jóhann Jóhansson, guanyadora del premi de la crítica a l’Atlàntida Film Fest
El jurado de la crítica del Atlàntida Film Fest, integrado por Mariana Freijomil, Raquel Abad y Abraham Domínguez, ha otorgado el Premio de la Crítica a The last and first men, de Jóhann Jóhansson.
Last and First Men emerge ante el espectador como un extraño monolito entre la ciencia ficción abstracta y la videoinstalación. Un monolito que se erige como obra póstuma del compositor islandés Jóhann Jóhannsson. El film está basado en la novela homónima de Olaf Stapledon, que imaginaba un futuro lejano en el que los seres humanos evolucionaron hasta adquirir la inmortalidad. Esta capacidad les permite comunicarse a través del tiempo y el espacio, para transmitir un último mensaje a la humanidad del tiempo actual: su mundo futuro, desde el que comunican, va a desaparecer en breve.
Bajo esta premisa, la película se construye como una elegía por un mundo perdido desde las imágenes y sonidos que lo capturan antes de desvanecerse. Jóhannsson compone una banda sonora grave y operística a la que se suma la narración delicada y precisa de Tilda Swinton. El director filma los monumentos encargados por el mariscal Tito en la antigua Yugoslavia para dotar de imágenes a una prosa poética, impregnada de ecos del futuro. Las esculturas que vemos en Last and First Men, denominadas Spomeniks, se construyeron en localizaciones donde tuvieron lugar atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial. Constituyen una marca que recuerda el conflicto bélico y a la vez celebra la unificación de la república donde convivieron bosnios, croatas, eslovenos, macedonios y serbios hasta su total disolución a finales del siglo pasado.
El contexto histórico de los paisajes elegidos por el realizador dialoga con el escenario futurista que el film evoca en la audiencia. En este juego de tiempos los monolitos perdidos en estos paisajes desolados y filmados en blanco y negro proyectan el eco espectral del pasado de Europa. Pero no en el presente sino en el futuro. Así logra que de la imagen de un mundo extinto nazca la de un mañana, tan lejano que sólo nos atrevemos a soñar, quizás en una pesadilla. Todos estos elementos crean un viaje en el tiempo extrañamente conmovedor e inquietante en el que el fin de una era señala la posibilidad de nuestro propio final.
El paisaje yermo e inhóspito de Last and First Men parece emerger de la obra de Caspar David Friedrich, subrayando en cada plano la insignificancia del ser humano frente a la naturaleza, pero también sus intentos de recuperar una espiritualidad perdida tras guerras y generaciones en conflicto. Las imágenes recorren franjas de tierra y cielo quebradas por el horizonte en diferentes planos que, como cuadros, potencian el tono alucinante de la película. Es entonces cuando un dolor efímero pero continuo sacude al espectador, con la dureza de la tierra al mezclarse con la frialdad de las imágenes escultóricas. Todo permanece necesariamente dormido en su devenir, avanzando hacia un final, hacia un punto de luz mientras se prosigue con la narración.
Esa visión de un mundo imaginado y laberíntico nos habla de la desposesión y el ocaso como una ceremonia extraña, donde el paisaje oscuro es el gran deudor y donde los espacios vacíos conviven con una dimensión utópica que requiere una reconstrucción mental del espacio y el tiempo. Quizás sea éste el gran mérito del director y, por qué no, la gran tarea del público.
Raquel Abad, Abraham Domínguez y Mariana Freijomil