Shiva Baby de Emma Seligman y Sweet Thing de Alexandre Rockwell, Premi de la Crítica i Menció Especial a l’Americana Film Fest

El Jurado de la Crítica del Americana Film Festival, integrado por Pep Armengol, Aaron Cabañas y Marla Jacarilla, ha otorgado el Premio de la Crítica a Shiva Baby de Emma Seligman y una mención especial a Sweet Thing, de Alexandre Rockwell.

Familia(s)

Shiva Baby

En los siete minutos y medio que duraba su celebrado cortometraje Shiva Baby (2018),la guionista y directora canadiense Emma Seligman ponía en escena con hilarante brillantez el lugar que ocupa la mujer en el mundo hebreo. La premisa narrativa era muy simple: un funeral judío en el que la adolescente protagonista no sabe qué familiar es el destinatario del luto y por quién, a petición de su madre, debe preparar unas palabras de homenaje póstumo. Esa parece ser su única preocupación hasta que, en un momento determinado de la celebración, aparece en escena el hombre con el que la hemos visto practicar sexo en la primera secuencia. Nada más llegar, este saluda al padre de la protagonista: poco después sabremos que antes trabajaba para él. Pero no viene solo: le acompaña su mujer y su hijo recién nacido; situación personal, toda ella, que este le había ocultado a la joven haciéndole creer en un futuro en común. En este punto es fácilmente imaginable, pues, la incómoda situación que genera su súbita irrupción. El corto Shiva Baby fue proyectado en varios festivales internacionales y cosechó muy buenas críticas, lo que dio la oportunidad a su creadora de adaptarlo al gran formato y realizar, así, el largometraje que nos ocupa, de título homónimo, ganador de esta edición del Festival de Cinema Independent Nord-americà de Barcelona – L’Americana 2021.

El Shiva del judaísmo es el proceso de luto que tiene lugar durante los siete días posteriores al funeral. Por otra parte, en argot coloquial, un/a sugar baby es un/a joven estudiante que obtiene pequeñas compensaciones económicas a cambio de hacer compañía (y/o practicar sexo) de forma no profesional, con un/a amante por lo general bastante más mayor y adinerado, que busca en estas relaciones el beneficio de las dos partes. El juego de palabras del título, pues, ya nos da ciertas pistas de las coordenadas por las que se moverá el relato. En Shiva Baby (2020) nos encontramos ante un planteamiento de idéntica trama que su cortometraje predecesor, pero lo que allí era un magistral ejercicio de síntesis narrativa y mutismo condescendiente, aquí lo vemos reformulado en un sutil e inteligente estudio de los comportamientos humanos en sociedad: la verdad ocultada, la mentira fingida, los sentimientos disimulados y las apariencias guardadas para sacar beneficio de las relaciones sociales en un intento descarado de ascenso social. Esto último toma forma más por parte de los padres de la protagonista que por ella misma, que asiste abochornada al espectáculo de sus progenitores intentando adular al hombre con el que se ha acostado (sin ellos conocer este dato), al mismo tiempo que intenta disimular ante estos el motivo por el que realmente conoce al chico (o cree conocerlo). La ocultación de su vida familiar y las falsas promesas por parte de él posicionan, a lo largo del film, al hombre en una hipotética situación de control de la situación.

Asistimos, pues, a un contexto en el que es la adolescente protagonista la que no pierde de vista la dimensión de la realidad (tiene muy claro qué estudios quiere cursar y qué quiere para su vida sentimental) pero en el que es la figura masculina la que se empeña en tener el control de las situaciones: ya sea esta encarnada en su amante, mostrado como un buen partido que, en realidad, es un mantenido de su mujer; o en su padre, torpe diseñador del futuro laboral de su hija que, sin quererlo, la perjudica más que ayudarla.

También observamos cómo se tejen las relaciones socio-económicas entre familias acomodadas, donde las apariencias son más que importantes y el citado funeral pasa a ser un mero leit motiv, la excusa de rigor para el encuentro social. Lo falsario, por tanto, de las relaciones sociales contemporáneas, más sustentadas en el tema económico que en el factor humano, rebasa el ámbito del mundo hebreo (sin llegar a perder el carácter identitario propio de la historia narrada) y se extiende al del neoliberalismo occidental, donde hasta un funeral es un buen sitio para fomentar las relaciones de poder y los intereses creados. No es baladí, pues, que Emma Seligman, judía confesa, elija un funeral como decorado del gran teatro de la comedia. De hecho, no existe mejor elección, primero porque es el espacio ideal para lo fingido (el dolor ajeno es asimilado como propio por pura convención social); por otro, porque ningún colectivo se toma a sí mismo (y a su idiosincrasia) tan en serio y a la vez con tanto sentido del humor, como el hebreo.

Seligman extiende a lo largo del relato dos de las contantes de la comedia de tradición hebrea: el patetismo y la ironía. Por una parte, hace de sus personajes figuras incapaces de tomarse en serio a sí mismas, encerradas en su mundo y sin oportunidad de cambiar el rumbo, desbordados por una circunstancia vital y una realidad que les supera en todo momento. Por otra, en una historia con mucho más peso del componente humorístico del que tenía la historia corta original, llena un guion sólido y trepidante de diálogos ácidos e irreverentes, afilando las palabras hasta conseguir que incluso duelan los silencios que van después de estas. En este sentido, cobra especial valor cómo Emma Seligman retrata a sus personajes en su cambio de rol cuando lo que se dicen es en la intimidad o cara a cara en sociedad: revelador es el momento en el que se nos desvela la bisexualidad de la protagonista cuando conocemos que tuvo un affaire con la hija de un matrimonio asistente al funeral. También se hace patente el peso que adquieren las conversaciones privadas off the record que tienen lugar en la virtualidad de los teléfonos móviles y que cuando se revelan, ganan paradójicamente más veracidad que las mantenidas en persona. La oralidad, usada en la película con muchísima inteligencia y que a lo largo de esta es el origen de muchos malentendidos, por tanto, tiene aquí un peso específico: es el vehículo para la comedia, pero también para el drama, como literalmente se nos descubre en la secuencia final. El film bascula así equilibradamente entre el esperpento y el drama costumbrista, entre la tristeza de la situación personal de su protagonista (una soberbia Rachel Sennott) y la hilaridad del contexto general, que emerge cada vez que su desastrosa familia (en las antípodas emocionales) entra en juego en la historia.

Sweet Thing

Ya en la segunda edición del Americana Film Fest, allá por 2015, el director estadounidense Alexandre Rockwell presentó Little Feet, una suerte de road movie costumbrista protagonizada por un niño y una niña interpretados por los propios hijos de Rockwell. Seis años después, el director regresa al festival consiguiendo una mención especial de la crítica con Sweet Thing, obra que, con una mirada agridulce, reflexiona sobre un mundo lleno de carencias visto desde la perspectiva de sus jóvenes protagonistas (interpretados de nuevo por sus propios hijos). Filmada en su mayoría con un contrastado blanco y negro que dota de una sobrecogedora expresividad el trabajo de sus jóvenes intérpretes, Sweet Thing narra la historia de una familia desestructurada azotada por la precariedad económica, la violencia y los problemas con el alcohol. Este será el entorno en el que Billie y Nico, los niños protagonistas, se verán obligados a madurar a golpe de realidad. A priori, las premisas del argumento podrían haber convertido Sweet Thing en un telefilm dramático más, pero la mirada de Rockwell, lejos de explotar la miseria y degradación de una situación como esta, dota a las imágenes de una gran carga poética y a la historia de un humanismo cargado de esperanza, convirtiendo de este modo su película en un honesto retrato de los Estados Unidos más desencantados, aquellos para los que el sueño americano solo es posible en las películas.

Pep Armengol, Aaron Cabañas y Marla Jacarilla