Un giro en el tiempo: desde el festival de trinchera al “un día más en la oficina”

UN POCO DE MEMORIA HISTÓRICA:

Mucho ha cambiado la vivencia del festival de cine en las últimas tres décadas, por circunscribirme al tiempo del cual yo puedo dar fé como crítico. Solo que como ese giro ha sido lentamente evolutivo – diría, mejor, involutivo- sería difícil datar una fecha como el parteaguas después del cual los profesionales que antes viajábamos a los festivales con el ánimo caldeado de quién acude a una trinchera, a defender estilos, ideas, éticas, emociones, a partirnos la crisma o la pluma por una película, un autor o una manera de entender el cine, nos íbamos a transformar en funcionarios que entran en la sala, y salen de ella, impertérritos, como quien ficha un día más en la oficina.

Algo de todo esto se puede resumir de manera muy gráfica en la pérdida regresiva de la reacción in situ, a la finalización de las obras fílmicas que rinde cuentas cada jornada en un festival. Aquellas ovaciones prolongadas –no de mera cortesía y manos blandas- y la bendita salubridad del pateo, la increpación, cuando lo que se ha visto en la pantalla se respira como hiriente en un plano formal o, por qué no, ideológico.

Porque creo que mucho, o casi todo este abrumador cambio de actitud, en el curso del tiempo, esta pérdida del rol de la sala de cine como colectivo orgánico que se manifiesta y reacciona de modo virulento, entusiasta o desafiante, tiene que ver con la pérdida de pulso político –en un sentido amplio- en la propia sociedad.

LA FUNCIÓN DE LA CRÍTICA PARA LOS FESTIVALES- EL CRÍTICO “SOMETIDO” POR LA TECNOLOGÍA (CONDICIONES DE TRABAJO EN LOS FESTIVALES- LA LUCHA POR EL “ESPACIO VITAL” PARA ESCRIBIR)

La burocratización del crítico de festivales es, en su sentido de inconsciente autoinmolación, algo así como el harakiri de los procuradores de las cortes franquistas. Ese eco amplificador de la reacción en sala es un arma ferozmente democrática. Una sola voz discrepante en el fundido a negro final de una proyección en la sala Lumiére puede arañar el “pensamiento único” que quieren provocar las maquinarias propagandísticas de, pongamos por caso, Harvey Weinstein.

Porque cuando esa voz se escucha de modo nítido, en la medida en que es ya “rara avis”, a la mañana siguiente surge sorprendentemente recogida por las principales cabeceras.

Pero hemos renunciado a esa arma esencial. Y nos preocupamos más por ser el primero en abandonar la sala, en el penúltimo fotograma, para ocupar un buen lugar en la conferencia de prensa o tener silla en la sala de ordenadores. Todos corriendo pasillo abajo.

Y apunto una impresión: no me consideren conspiranoico si soy de la opinión de que, cuando festivales de la opulencia de Cannes restringen los espacios para ordenadores de prensa hasta convertirlos en una bélica pugna por el “lebensraum”, no lo hacen de manera inocente. Un crítico más preocupado de conseguir una silla o un enchufe para la corriente que de emitir su beligerancia disconforme es un ser cuyo sentido de la exigencia comienza a ser erosionado al mismo tiempo que su dignidad mientras compite con un colega por una mesa donde escribir. Es más un paparazzo que un ideólogo del cine.

LA FUNCIÓN DE LA CRÍTICA PARA EL CRÍTICO- CÓMO DEFENDERNOS Y DE QUÉ:

Ya he manifestado mi disconformidad con esa renuncia colectiva al papel de agitador que el crítico debe desarrollar en un festival. Si me circunscribo al crítico de diario, esto resulta obvio también en la manera en que se organiza para defender su otro territorio vital en vías de extinción: el espacio en papel concedido en las también casi extintas páginas de cultura. Un crítico de festival sabe que su función, más que semiótica, tiene por fuerza que ser sintética. No aspire nadie a desentrañar en profundidad tres películas –el posible contenido de cada jornada- en el espacio que le ve a ser concedido. Y en esta guerra de guerrillas se impone el tirachinas. La palabra condensada. El sustantivo que englobe los cinco sentidos. El adjetivo afilado, certero, demoledor o hiperbólico si es que la causa artística lo merece. Ojo, no se trata de la descalificación zafia, de la palabra gruesa o del desdén frente al cine cuyos códigos producen pereza o, sencillamente, son inasibles para el juzgador. Esta crítica destructiva, sin base, esta demagogia reaccionaria –pueden hallarla en la crónica de festivales del diario de mayor tirada estatal- no tiene nada que ver con el género al que este estudio de Nuria Vidal para la ACECC nos propone.

La crónica de festivales, desde la perspectiva de un diario en papel, es un género periodístico noble, que creo que debe transmitirse y respirarse a modo de un folletín o de un relato-río concentrado en diez días. El crítico de festivales no debe temer a la subjetividad de todo narrador cuando plantea al lector no el frío análisis jornada a jornada de una serie de películas, sino una peripecia in progress, un periplo sin compartimentos estancos. No cabe duda de que si se encabalgan en el calendario del festival dos días consecutivos de interés artístico desastroso, el cronista debe transmitir ese hastío no ya ante una película, sino la desolación ante cuarenta y ocho horas de cine desneuronado. El cronista de festival, en ese personalismo bien entendido, es un aventurero que nada entre emociones. Y ese sentido de la aventura, esa ausencia de cafeína en la película que lo necesitaba, forman parte de ese subjetivismo que da aire a la crónica de festivales, la cual debería tener algo de crónica no de ambiente sino de guerra, de parte de bajas: cineastas amortizados en una película, actores perdidos para la causa y a cuya resurrección se asiste, el estado de forma cerebral de figuras que han entrado en esa edad en la cual hay que tomarles el pulso en la sala de prensa. O el porcentaje de deserciones de críticos perezosos o inmorales ante un filme exigente.

LA CENSURA Y EL CONTROL IDEOLÓGICO:

Se nos inquiere en el debate abierto por Nuria Vidal por la cuestión relevante de cómo defendernos y de qué. Unidos a la domesticación de la crítica de festivales a la que antes aludía, hay una serie de virus letales que están carcomiendo la profesión amenazada del cronista de diario de festival en papel.

Hay troyanos totalmente virales. Las webs de cine que viven del número de visitas. Como es obvio que no van a fulgurar si dedican muchas líneas a desbrozar el cine de Lisandro Alonso, este tipo de informadores viven solo para la información-celebrity: es decir, una entrevista con el actor televisivo de moda o dieciocho actualizaciones sobre 50 sombras de Grey. Cito el “caso Grey”, que vivimos en la pasada edición de la Berlinale, porque creo que lo que su promoción y estreno tuvo de tragicómico resume tanto la referida invasión de webs troyanas como la presión de los diarios ante ese arquetipo de “fenómeno de masas” que se sobrepone a la relevancia artístico. El interés del público generalista, el lector medio de periódico, por las nuevas obras de Terrence Malick, Werner Herzog o Pablo Larraín es perfectamente descriptible. Pero la premiere mundial de “50 sombras de Grey” te la quitan de las manos, oiga.

Recuerdo a los representantes de todas las principales cabeceras europeas haciendo cola para Grey en un complejo de salas bajo el Sony Center de Berlín porque se había avisado de un aforo reducido. Y ahí sí era de todo punto informativo obligatorio “fichar”. También rememoro una inmensa sala Imax en grada. Y toda la crítica internacional a aforo completo 45 minutos antes de la proyección. Se decidió comenzarla proyección 30 minutos antes de lo anunciado. El primer caso de proyección precoz al que he asistido en mi bagaje de festivales.

Creo no equivocarme si afirmo que ése es hoy el esencial control ideológico o de censura. La obsesión por el evento sociológico global, que poco o nada tiene que ver con el plano de lo artístico. Para hablar de los melifluos azotitos de Grey te van a dar en tu medio una página entera. El día que coincidan Malick, Herzog y Larraín tendrás la cuarta parte.

¿Cómo defendernos? Mide, calibra, acierta con cada adjetivo con el que sintetices lo mejor –o lo peor- de las obras nacidas de cineurgo, para que quepan todas las emociones en ese espacio reducido en vías de extinción. No dediques ni una sola línea de la pagina que vas a escribir sobre 50 sombras de Grey a hablar de cine. Porque no lo es. Cuenta “Grey” como una crónica de un mal partido del Madrid. Porque es lo que el gran carnaval te pide.

© José Luis Losa, 06-09-2015