Vera y el placer de los otros, de Romina Tamburello i Federico Actis, Premi de la Crítica al D’A Film Fest 2024
El jurat de la Crítica ACCEC de la catorzena edició del D’A Film Festival, integrat per Mireia Iniesta, Mariana Freijomil i Enric Albero, ha otorgat por unanimitat el Premi de la Crítica a “Vera y el placer de los otros” de Romina Tamburello i Federico Actis.
Puede que Vera y el placer de los otros, primer largometraje conjunto de Romina Tamburello y Federico Actis, sea una de las últimas películas argentinas en proyectarse en un festival internacional, habida cuenta de la debacle que atraviesa actualmente la industria del país a causa de las reducciones presupuestarias del INCAA aplicadas por el gobierno de Javier Milei, cuyas consecuencias ya empiezan a ser palpables. Solo puede calificarse de catastrófico el hecho de que títulos de la estirpe de Vera y el placer de los otros devengan guiones nonatos, abortados en sus primeras fases y condenados a una muerte prematura tras el abrupto cierre del sistema de ayudas, sobre todo si hablamos de películas tan revitalizantes como esta.
Vera (Luciana Grasso) es una adolescente que vive en la bulliciosa Buenos Aires. Ha crecido en el seno de una familia acomodada: su madre trabaja en un negocio inmobiliario y su padre pasa el tiempo libre en el club deportivo. Pero Vera guarda un secreto. Tiene las llaves de un monoambiente que su madre trata de alquilar desde hace más de un año. La protagonista aprovecha y renta el apartamento por horas a parejas jóvenes a la búsqueda de un lugar económico para tener intimidad.
Esa escueta pero bien definida premisa argumental – que constata las dinámicas de supervivencia que marcan la cotidianidad de Argentina – no se despliega hacia el terreno del comentario social, sino que hunde sus cimientos en una representación fresca y original del deseo femenino. Un deseo basado en el voyerismo, tradicionalmente adscrito a personajes masculinos. Hay, pues, un ostensible cambio de mirada que pasa por integrar la percepción sensorial de la protagonista en el relato: entramos en la historia a través de sus ojos y sus oídos, convirtiéndonos en mirones de segundo grado, pues el filtro del punto de vista de Vera condiciona, a su vez, nuestro acceso a las imágenes.
Desde el inicio del film vemos desplegarse el interés de Vera por los encuentros que propicia en el monoambiente. La protagonista pregunta curiosa a sus huéspedes mientras los acompaña al apartamento. Explora y siente la presencia de los cuerpos deseantes en los restos de fluidos y olores que han dejado tras de sí al marcharse. Escucha furtivamente y graba los gemidos de las parejas que subalquilan el apartamento. Este posicionamiento del personaje propicia un sugerente uso del sonido y el fuera de campo, que jugarán un papel esencial. Este contexto implica que el placer y el deseo se sitúan en una zona inaccesible que la protagonista irá conquistando progresivamente. Hablamos, pues, de una película que hace de la superación de las limitaciones su núcleo dramático, pero también formal.
El voyerismo de Vera se topará con el abismo de lo innombrable cuando, accidentalmente, vea a su madre manteniendo relaciones sexuales con su amante. En ese momento, su mirada no solo será fortuita sino también forzada y violenta, al tener que ocultarse en un armario para no ser descubierta. Se produce aquí un punto de inflexión, que desata un conflicto intergeneracional entre madre e hija. El armisticio entre ambas pasará por la aceptación del deseo de la otra (permítannos decir que Inés Estévez compone una madre extraordinaria). Esa aceptación redimensiona la intimidad entre las dos y dibuja un nuevo estado de madurez en su vínculo.
Si la iniciación sexual de Vera pasa por abandonar su posición de sujeto pasivo e integrarse en las prácticas eróticas —estamos ante una película de una sensualidad desbordante, absolutamente desprejuiciada, cuya naturalidad la aproxima a Thunder de Carmen Jaquier— su encaje en el nuevo esquema de relaciones maternofilial pasará por entender que el deseo (femenino) no es unívoco, puede manifestarse de muy diferentes formas y puede ser cambiante (y aquí encontramos una ligazón temática con Creatura de Elena Martín).
Tamburella y Actis proponen, en definitiva, un paradigmático cambio en la manera de aproximarse al deseo desde una óptica femenina libre y no mediatizada por la mirada masculina. Como Vera, los espectadores también deberemos trasponer ciertos lindes para comprender que existe otra manera de ver las cosas. ¿De verdad Argentina y el mundo pueden permitirse renunciar a películas como esta?
Mireia Iniesta, Mariana Freijomil y Enric Albero