“Viktoria” s’endu el Premi de la Crítica al REC

VIKTORIA
 
En 1969, la escritora y feminista norteamericana Carol Hanish publicó un ensayo titulado Lo personal es político (The Personal is Political). Desde entonces, incontables son los artistas, cineastas o escritores –dentro y fuera del ámbito del feminismo– que han hecho de esta frase su declaración de principios. Una declaración que implica el posicionamiento crítico del autor frente a su creación y la necesidad incuestionable de considerar la obra sin olvidar jamás el contexto en que ha sido creada.

Viktoria, el debut en el largometraje de la directora Maya Vitkova, reafirma de modo fehaciente la vigencia de dicha afirmación. Primera película búlgara que se presenta a competición en el Festival de Sundance, Viktoria superpone con gran acierto la narración de una historia (personal, familiar) con la narración de la Historia (la oficial, esa que queda escrita en todos los libros y se cuestiona sólo de vez en cuando). Al principio del filme un escueto texto sirve de advertencia al espectador: esta película está basada en hechos reales. De hecho, la propia directora lo confiesa en las entrevistas: esta película es autobiográfica. La ausencia de ombligo en el personaje de Viktoria es una metáfora, por supuesto; pero todo lo demás…

Boryana (Irmena Chichikova) es joven y hermosa, pero odia su país y todo lo que éste representa. La Bulgaria comunista se ha convertido en la peor de sus pesadillas. Es por eso que no quiere ser madre en estos momentos. No al menos, hasta haberse marchado del lugar que tanto desprecia. Boryana disimula ante su madre y su esposo como si todo estuviese bien, como si fuese feliz con su vida y con su rutina. A escondidas, bebe coca–cola y fuma cigarrillos de contrabando mientras sueña con la posibilidad de un lugar mejor. De un lugar distinto, al menos.

Boryana hace todo lo que puede para evitar tener descendencia, recurriendo de modo clandestino a la sabiduría popular y los remedios caseros. A pesar de ello, en el año 1979 Boryana se queda embarazada y Viktoria es concebida. Un bebé que podría haber sido como cualquier otro, pero que acaba convirtiéndose en el símbolo de todo lo que Boryana odia. Porque Viktoria es apodada por Bulgaria como “el bebé del futuro”, un bebé que representará ese régimen comunista que su madre tanto detesta. Y todo esto porque Viktoria ha nacido sin ombligo, sin estar atada a un cordón umbilical que la conecte a su reciente pasado. Una rareza aparentemente anecdótica que devendrá el leitmotif de los futuros acontecimientos.

Tal vez sea esta ausencia de ombligo la que dificulte la comunicación entre madre e hija hasta límites insospechados. Tal vez incluso tenga algo que ver con el hecho de que Boryana no sea capaz de amamantar a su bebé, o de que ni un atisbo de instinto maternal asome en su relación. A lo largo de los años el inexistente cariño materno será sustituido por las numerosas atenciones y cuidados tanto por parte del partido como del propio presidente Zhivkov, y es por eso que todas las facilidades en la vida serán pocas para Viktoria: un nuevo apartamento para su familia, un trabajo para sus padres, un coche privado que la lleve a la escuela o una exclusiva línea telefónica que le permita comunicarse cuando quiera con el camarada Zhivkov. Atenciones todas estas que no harán más que dificultar la comunicación de Viktoria con su madre, distanciándolas todavía más y creando un abismo entre ambas. Por esta razón, las palabras en la película resultan escasas y los silencios son los que marcan el ritmo de la historia; porque según su directora, “las palabras son inútiles” y “la emoción está en la imagen”.

Maya Vitkova estructura el filme en tres actos porque tres son las etapas de la vida de Viktoria que la historia narra. También son tres las mujeres que protagonizan el filme y tres las capas de estructuración narrativa (imágenes de archivo, recreaciones históricas e historia familiar). Nueve, eso sí, son los años que la directora tardó en conseguir que Viktoria viese por fin la luz. Un proceso muy largo y un equipo bastante reducido, muchas necesidades técnicas y escaso presupuesto. Sumando a todo esto el condicionante de ser mujer y dirigir una película como Viktoria en un país algo reacio a recordar su pasado.

Viktoria podría ser definida como una fábula épica con toques de humor negro que narra el auge y caída del comunismo en Bulgaria, sí. Un triple salto mortal, una película grandiosa, barroca e incluso a veces un tanto desbordada. Una opera prima desmesurada de esas que parecen querer contarlo todo mediante su eufórica incontinencia. Pero también, y sobre todo, Viktoria cuenta la historia de una familia. El noble y silencioso retrato de tres generaciones de mujeres y los lazos que las unen. Lazos tan inestables y frágiles que a veces parecen incluso dejar de existir de modo intermitente. Como los lazos que pretenden conectar todos esos hechos que conforman la Historia con mayúsculas, la oficial, la que aparece en los libros.

Marla Jacarilla