“Alba”, premio FIPRESCI en Cinélatino

Tras constatar en estos últimos años que el cine que se producía en Latinoamérica resultaba -a los ojos seguramente algo saturados de un europeo mucho más vivo, necesario y atento a su entorno que el cine producido en Europa, pensé que un buen lugar para reafirmar esta impresión era el Festival de Cinélatino de Toulouse. Es, además, una ciudad con la que se han establecido unos lazos históricos muy estrechos, los últimos derivados de la Guerra Civil española y, encima, no era imprescindible hablar fluently aquella lengua bárbara.

Cinélatino es un intensivo en cine producido en la América de habla tanto castellana como portuguesa. Seguramente la envergadura de su programación supera a la estructura organizativa del festival, pero en cualquier caso es un lugar ideal para tomar el pulso sobre el cine que se está produciendo en ese continente.

Su programación se abre, básicamente, en una doble dirección. Por una parte su sección competitiva (ficción, documental y cortometrajes) donde se presentan las películas más recientes de nuevos directores y, por otra, una programación más ecléctica, con directores ya consagrados y que representan los eventos anuales del cine latinoamericano, en el corriente, nombres como Arturo Ripstein, Patricio Guzmán o Pablo Trapero y otras películas premiadas en otros festivales o que han alcanzado relevancia a lo largo del año, como Desde allá de Lorenzo Vigas, el último y algo inexplicable León de Oro en Venecia o Paulina de Santiago Mitre, Jauja de Lisandro Alonso o El club de Pablo Larraín, estrenadas comercialmente ya en España. A esto, se le debería añadir -a modo de reposición- las piezas más destacadas del año anterior, alguna presentada en la pasada edición como la interesante Ixcanul de Jayro Bustamante.

Así pues, un completo panorama de lo más interesante del cine latinoamericano producido en 2015 y la presentación del nuevo que se anuncia para el 2016 que, en su proyección más hacia el futuro, tiene una interesante iniciativa compartida con el Festival de San Sebastián, llamada Cine en construcción, donde se han seleccionado seis largometrajes en fase de postproducción, tanto de ficción como documental, para optar a una ayuda con la que acabar la película.

Volviendo a la actualidad del presente, un par de pinceladas sobre su sección competitiva en la categoría de ficción. Un total de 12 largometrajes de un nivel más que aceptable, donde el jurado FIPRESCI no ha tenido la más mínima duda en otorgarle el premio a Alba (2016) ópera prima de la joven directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán. Alba no es importante por la historia que explica: las tribulaciones de una niña de 11 años en una ciudad que, a falta de mayores precisiones, debe ser Quito. Historia que de forma automática nos puede remitir a otras películas ya vistas. Sin ir más lejos, hace poco pudimos ver otra ópera prima, en este caso argentina: Juana a los 12 de Martin Shanly, que ganó el premio principal en la pasada edición del Cinema d’Autor y ha tenido una pequeña distribución por salas comerciales del Estado. Otro excelente debut que se construye con ingredientes similares pero con otra niña como protagonista. Personalmente -vaya por delante- valoro bien poco un concepto como originalidad aplicado a cualquier tipo de historia. Mi ideal como modelo de construcción de un relato está en los mitos y su concreción en la tragedia griega. Y en ella, todo el público conocía a sus personajes, sus acciones e incluso su resolución final, así pues, todo dependía de la interpretación y la visión del cosmos que pudiera transmitir su autor. De la misma manera, la importancia de Alba no se juega en su historia, de la que a penas podría dar un par de indicaciones, sino en cómo esa historia ha sido tejida por su directora y, muy importante también, en cómo ha sido vivida por su protagonista y, como consecuencia de ese binomio, en cómo desde la dirección se ha conseguido encontrar el tono y la distancia precisa para su puesta en forma.

Alba es una niña que entra en los procesos de cambio por los que se abandona la niñez. Su madre está enferma y debe mudarse a vivir con su padre, con el que apenas a tenido trato y cuya vida se mueve por parámetros diversos a los de su entorno. Nada nuevo bajo el sol. Ahora bien, el mérito de la película es conseguir transmitir, con toda su indefinición, con todas sus inseguridades, ese doloroso proceso que implica todo crecimiento. Sin efectismos, sin sentimentalismos, sin lugares comunes y sin intentar construir un relato modulado por giros dramáticos estratégicamente colocados. La película tiene un tesoro: Macarena Ariasla niña protagonista aunque en la elaboración de ese tesoro la responsable sea la propia directora. Por su casting, por su dirección y por su cercano y persistente seguimiento con la cámara. Macarena es fantástica en su inexpresividad, en las dificultades que pone al espectador para poder leer lo que le está sucediendo, porque tampoco ella lo entiende. Lo es, también, en sus mínimas pero reveladoras manifestaciones de sus emociones. Y, finalmente, lo es porque está en plena sintonía con el resto de elementos dispuestos por la directora, que con sorprendente madurez y precisión, a pesar de su juventud, ha optado por: cuanto menos, más. Donde cada gesto adquiere relevancia y con una gran economía de medios consigue extraer la máxima potencia.

Hubieron otras propuestas interesantes, de hecho el jurado oficial no valoró de la misma manera a Alba y otorgó su premio principal a la ópera prima colombiana Siembra de Ángela Osorio y Santiago Lozano. Una película que se había presentado en Locarno y el pasado mes de diciembre ganó el primer premio en el Festival Rec de Tarragona. Contrariamente, no supe encontrar el mérito en la otra película colombiana a la que le fue concedida una mención especial: Días extraños de Juan Sebastián Quebrada. Una película donde todos parecen jugar a ser enfants terribles, actuando desde una supuesta libertad desbocada. Personalmente, solo conseguí ver un juego de referencias y poses cinematográficas que a veces parecen remitir a directores post-Nouvelle Vague como Leos Carax; otras a independientes americanos como Jarmush. En cualquier caso, una película excesivamente narcisista que no consigue trascender su manierismo.

Pocas semanas antes había tenido ocasión de escuchar a Luís Ospina criticando la deriva de algunas películas latinoamericanas que, por influencia de ciertos festivales y fundaciones europeas, proponían un cine de reflejo europeo con largos y silenciosos planos cuando -se quejaba él- en Latinoamérica nadie es capaz de estar en silencio. Ciertamente, el peligro fagocitador de Europa es grande, sobre todo por esa enfermedad de sobredosis cinematográfica, según la cual una película ya no busca acercarse a la realidad, sino a un juego de referencias y metarreferencias cinematográficas. La última tierra del paraguayo Pablo Lamar, que tuvo una mención en el último Festival de Rotterdam, es un claro ejemplo de esto. Película reducida a la agonía y muerte de una mujer en un lugar perdido entre las montañas y a los últimos rituales que le tributa su marido. Sin diálogos, con un cuidado trabajo de sonido e imagen, la película se escurre entre los dedos sin dejar mayor poso que su coherencia y su preciosismo. Ana Cristina Barragán, explicaba que en una primera fase del montaje de Alba, trabajó con un montador con el que no acabaron de sintonizar ya que -con el argumento de que así era como podía conseguir la atención de los festivales, fundamentalmente europeos- buscaba potenciar un registro distanciado y frío para la película, algo que según la directora quebraba la relación estrecha y cálida que se había establecido durante el rodaje con la protagonista. El montaje lo acabó con otra persona que –tal como señalaba más arriba- no hizo derivar a la película hacia registros sentimentales, ni ritmos trepidantes. Es de confiar que este apoyo brindado desde Europa al cine latinoamericano no le acabe contagiando de esa enfermedad de cinematografismo o peor aún, de una sobredosis de racionalismo, autoconciencia y pragmatismo que haga tambalear a las películas por un excesivo peso en su cabeza. Por si acaso, estaría bien tener preparada alguna copia y algún escrito del convulsivo Glauber Rocha.

© Pere Alberó, 2016