Bruno Reidal, de Vincent Le Port, Premio de la Crítica en el Atlàntida Film Fest 2022
El Jurado de la Crítica de la doceava edición del Atlàntida Mallorca Film Fest, integrado por los socios Manel Bocero, Paola Franco y Ramón Rey, ha escogido Bruno Reidal, confesión de un asesino de Vincent Le Port como mejor película de la sección oficial del certamen.
El primer largometraje de Vincent Le Port establece de inicio el hecho incuestionable del brutal asesinato de un joven en un bosque cercano a un pueblo francés en 1905. Su responsable, Bruno Reidal (Dimitri Doré), se entrega inmediatamente después a la policía. No hay duda de su culpabilidad, lo único que queda es intentar comprender por qué llegó a ejecutar tal acto. A partir de esto se desarrolla su relato, que usa el interrogatorio de tres médicos que intentan determinar el estado de la salud mental del seminarista como base para la narración, que podría evocar a aquellos de la serie Mindhunter (Joe Penhall, 2017), muchos años antes de que se acuñara el término de “asesino en serie”, pero coetáneo al desarrollo primitivo del perfil criminológico (por ejemplo, por el pionero Cesare Lombroso) y que se aplicara entonces en casos como los de Jack el Destripador. El montaje preciso en los intercambios de preguntas y respuestas sirve de estructura para integrar una serie de flashback que rememoran la vida del protagonista hasta el mismo instante en el que comete el crimen.
La elegante planificación permite seguir, de forma adyacente y sin llegar a ser subjetiva, el punto de vista de su protagonista mientras explica los distintos episodios, que se muestran siempre funcionando a tres niveles: combinando la voz de narrador en off de sus declaraciones —que le aportan cierto aspecto literario y ayuda a establecer el tono—, las imágenes de lo que realmente ocurre en sus recuerdos y todo aquello que no cuenta o que detalla de forma distinta a como lo podemos percibir los espectadores, jugando con el fuera de campo y subrayando sus contradicciones o pensamientos más oscuros a través del subtexto, además de una represión sexual implícita que será fundamental para explicar la deriva violenta de su psicología desde niño.
Esto es algo que permite construir al director una compleja perspectiva moral sobre el personaje, que no sólo intenta analizar desde la empatía las acciones de Bruno, sino también la naturaleza del libre albedrío enfrentada a la represión social de todo tipo que le afecta como individuo. Los valores familiares, las costumbres y los principios religiosos de una sociedad cristiana son los que le hacen plantearse el dilema constante de actuar o no para satisfacer sus instintos. Y a lo largo del metraje todo ello engulle a su protagonista en una espiral autoconsciente donde los personajes periféricos cada vez figuran menos y el filme se centra en las mecánicas de su psique y la lúcida capacidad de Bruno para hacérnoslas llegar.
Se configura así el núcleo discursivo del filme, que evita enfocarse en lo morboso de sus impulsos sexuales vinculados a la violencia que le atormentan —que son tratados con una muy medida distancia narrativa—, para explorar las repercusiones y la ambigüedad del ejercicio de la libertad desde su aspecto espiritual hasta su dimensión colectiva. En el mismo momento de arrebato en que satisface por fin sus deseos violentos y su placer sexual, Bruno pierde por completo su capacidad de decisión, en un suceso que le definiría para el resto de su vida.