“El incendio”, ganadora del Premio de la Crítica en el D’A

Hay algo de osadía en Juan Schnitman cuando decide para su película debut centrarse en la crisis de pareja, concretamente en ese momento en el que todo vuela por los aires. Sin que la película busque premeditadamente querer establecer un diálogo con obras precedentes es inevitable que ante El incendio acaben convocadas en la mente del espectador grandes obras que incursionaron en el mismo eje temático. Pero si algo demuestra la película es que este puede seguir siendo un campo fértil en el cual inscribir ficciones centradas en las relaciones sentimentales, sus vértigos y sus caídas, sus desencuentros y sus pasiones.

La película adopta una estructura circular en cuanto a que abre y cierra con la mirada de inquietud de la protagonista, Lucía, una excelente Pilar Gamboa que expresa con clarividencia los diversos estados emocionales por los que pasa su personaje. Son además los dos únicos momentos subrayados con música no diegética, el desasosiego como advertencia sonora. En el día en que la pareja debe cambiarse de vivienda, la promesa de una nueva vida se acaba disipando. Empiezan a surgir problemas y poco a poco va saliendo a la superficie ese magma oculto de verdades a medias y de pequeños engaños. La insatisfacción se infla como si fuese levadura de un pastel en el horno y esta acaba estallando como si fuese agua hirviendo.

Las dos miradas de Lucía abarcan un lapso temporal de 24 horas aproximadamente, por lo que El incendio apuesta por la condensación y el encierro, pero esquivando la oclusión teatral de la monumental disección que Bergman efectuaba en Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973). Schintman da prioridad al libre movimiento de sus personajes, dado que pasan por una situación de cambio, y dota a su película de un vibrante dinamismo, creando una atmósfera muy física mediante una cámara que se mantiene muy cerca de ellos. Hay, por tanto, una apuesta por tratar de que el espectador acabe inmerso en la acción. En consecuencia, la película aboga por la experiencia intensa y ahí entra en juego la violencia como elemento desestabilizador. El dolor se expresa y éste recae en el otro como un proyectil. Su emergencia paulatina marca la curva argumental de la película ya que pasamos de un estado latente a un arrebato de furia que explota en el clímax. No obstante, aunque los dos se hacen partícipes del acto agresivo, este se cataliza de forma diferente en cada uno de los integrantes de la pareja. Mientras que en Marcelo (Juan Barberini) la violencia es producto de una frustración acumulada que no encuentra su vía adecuada para expulsarse, en Lucía se compone como afirmación de sí misma en su forma determinante de afrontar un problema que incluso ha somatizado. Porque frente a otros retratos también connotados con una fuerte carga violenta, como las convulsas y descarnadas exploraciones de Maurice Pialat, Nosotros no envejeceremos juntos (Nous ne vieillirons pas ensemble, 1972) o Wong Kar Wai (Happy Together, 1997), Schnitman prescinde de pronunciadas posiciones de abuso y busca en el seguimiento de la pareja la distribución narrativa igualitaria tanto para el hombre como para la mujer. Es notorio en ese sentido cómo la cámara en sus primeros compases va relevando el rastreo de los personajes, pasando de uno a otro a medida que se desplazan por las diferentes dependencias del piso que están a punto de abandonar.

No hay apenas respiro, salvo ese tiempo suspendido en el que la acción se detiene para que Marcelo y Lucía tengan su espacio fuera del círculo común de la pareja. El director robustece el relato, busca la simetría en la contigüidad de las situaciones y le dota de una estructura férrea que hace que El Incendio se mantenga como una obra compacta y envasada al vacío. Su naturalismo no está reñido con el uso de estrategias del cine de género para avivar la tensión. Planteada como si fuese un thriller no hay evocación alguna del realismo concebido desde el modernismo tal como pasaba en Nobuhiro Suwa con Un couple parfait  (2005), Maren Ade con Entre nosotros (Alle Anderen, 2009) o Richard Linklater con Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), todos ellos impelidos y necesitados a la hora de invocar a la fundacional Te querré siempre (Viaggio en Italia, 1954) de Roberto Rossellini. Justamente, su distanciamiento con famosas obras anteriores se fundamenta en encajar herramientas habitualmente ajenas en las indagaciones intimistas (el dinero como foco de conflicto, la presencia de una pistola, etc.) pero que se encajan en la narración como elementos de fricción para la pareja protagonista.

Sin desvirtuar su tratamiento realista, El incendio se erige en un film fronterizo y conciliador, dado que permite integrar dos tratamientos fílmicos en apariencia distantes pero que toman cuerpo unitario de forma excelente bajo la batuta de Schnitman, hábil conductor de una energía arrolladora que saben imprimir sus actores protagonistas, cercados en el área de la inevitable colisión.

Manu Argüelles
Jorge Oter
Antoni Peris