La adolescencia en el D’A

LA DIFICULTAD DE CRECER

El cantautor y cineasta Luis Eduardo Aute solía presentar en sus conciertos el tema “Recordándote” diciendo que era una canción sobre “la adolescencia, ese instante”. Lo hacía, claro, desde la perspectiva reflexiva de la madurez, a partir de una mirada retrospectiva tamizada por el tiempo, que siempre acaba por relativizarlo todo. Pero las cosas son muy diferentes en el momento en que se atraviesa ese largo desierto que es la adolescencia. Entonces parece que el instante se prolonga hasta hacerse interminable, anegado de problemas sin solución, de angustias de toda índole, de confusión y desconcierto.

Durante la juventud se afianzan los conceptos de bien y mal, se pierde definitivamente la inocencia y se trata de encontrar un lugar en el mundo. Se produce el enfrentamiento con el mundo adulto y se acentúan los interrogantes sobre el futuro, el trabajo o el sexo. Se viven amores secretos y no correspondidos. No hay nadie que no pase por ello, pero que al mismo tiempo no se sienta diferente, único en sus atribuladas angustias existenciales. Tal acumulación de emociones hace de la adolescencia un material cinematográfico de primer orden, hasta el punto de que la industria estadounidense ha codificado un subgénero específico: Las coming-of-age movies. Son películas protagonizadas por adolescentes en proceso de transición hacia la madurez, que retratan personajes confusos, en busca de sí mismos, inseguros, llenos de miedos y curiosidades. La denominación es anglosajona, pero la historia del cine está llena de ejemplos de cualquier nacionalidad: De Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) a ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (Emir Kusturica, 1981), de La última película (Peter Bogdanovich, 1971) a Bienvenido a la casa de muñecas (Todd Solondz, 1995).

Las películas incluidas en la sección À TOUTE VITESSE encajan también en la categoría, que además conlleva de manera implícita que, al final del trayecto que propone el film, el o los protagonistas accedan a una nueva fase de desarrollo emocional, asumiendo nuevas responsabilidades o aprendiendo una lección de vida. Cada una de las cintas seleccionadas aborda el crecimiento de sus protagonistas desde una perspectiva estética diferente, pero en todas se hace tangible la lucha interior que viven los personajes, ya sea a partir de la mirada de tintes melancólicos (heredera del argentino Ezequiel Acuña) que propone Samuel Kishi Leopo en Somos Mari Pepa o del retrato brutal y sin concesiones que traza Emit Baigazin en la terrible Harmony Lessons. De la necesidad de asumir responsabilidades adultas del niño inmigrante de Macondo (Sudabeh Mortezai) o de la imposibilidad de gestionar el dolor que le provoca la pérdida de su hermano a la andrógina protagonista de Il sud é niente (Fabio Mollo).

Todas ellas parten de lo particular para lograr alcance universal, porque las cuestiones que plantean están más allá de los localismos. Al fin y al cabo, están hablando de la identidad, de cómo se forja la personalidad. Por eso quizá no sea casual que en todos los casos se trate de óperas primas, como si los cineastas saldaran cuentas con su propio pasado, ni que los dos títulos centrados en el viaje sin retorno que supone el descubrimiento del sexo y el deseo estén firmados por mujeres: Puppylove (de Delphine Lehericey) y Jeunesse (de Justine Malle).

Seis películas que, en todo caso, coinciden en el tratamiento realista del universo que abordan, ofreciendo una visión de las primeras y cruciales fases vitales del ser humano desde planteamientos complejos, alejados de tópicos. Cine que interpela directamente a su público potencial, que le habla de tú a tú y sin subterfugios de su vida y sus problemas, enfrentándole con las dificultades de encajar en un mundo que quizá no esté construido a su medida, pero en el que no les queda otro remedio que sobrevivir. Unos lo conseguirán encerrándose aún más en sí mismos, otros a través del amor o la superación de las dificultades, pero todos habrán cambiado cuando la aparición de los títulos de crédito los abandone a su suerte ante un porvenir en el que los únicos paraísos posibles son los perdidos.

Eduardo Guillot