“Mouton” gana el premio Nou Talent en el D’A

MOUTON

Construida como una ficción a partir del registro documental, la ópera prima de Gilles Deroo y Marianne Pistone describe el itinerario vital de Aurèlien Bouvier, un joven apodado mouton (cordero), al que conocemos poco después de cumplir la mayoría de edad. Los primeros compases de Mouton son esperanzadores: el protagonista se libera del yugo de una madre demente, encuentra el amor y, también, la estabilidad y realización profesional trabajando en un restaurante. Su integración en la comunidad adulta del pueblo costero Courseulles-sur-Mer se produce de forma natural, participando de buena gana en una serie de extraños e inofensivos ritos de paso que dotan a la localidad de un carácter llamativo, más pintoresco que hermético.

Es precisamente durante uno de esos rituales, la fiesta de Sainte Anne (una figura de formas curvas, casi una diosa de la fertilidad camuflada bajo una denominación cristiana) cuando se produce la ruptura que altera de forma definitiva la rutina de Mouton y de la película. La imagen de la estatuilla religiosa preside el ritual. Después de rendirle culto, los habitantes de Courseulles-sur-Mer inician la fiesta. Se opera un cambio en la imagen: si hasta ahora la cámara parecía mantener una inmovilidad distante, ahora se acerca a los cuerpos, que ríen, comen, bailan, se besan… y se contagia de su ritmo, cada vez más frenético. Es la primera cesura del filme.

Poco después, ya de noche, mientras la ceremonia, tal vez, está llegando a su fin, la cámara enfoca la playa desierta -el fuera de campo de la fiesta de Sainte Anne que se desarrolla en el espolón- y escuchamos por primera vez una dulce y serena voz femenina que anuncia la cesura narrativa. Como en los cuentos infantiles que nos leían/recitaban nuestros padres antes de dormir, el horror es antes que una imagen, un relato lingüístico. Es primero la imaginación del espectador la que construye la imagen de lo terrible, lo que va a sesgar la vida de Mouton, antes que la cámara lo muestre.

Ese espacio vacío de la playa desierta sobre el que la voz proyecta el relato es el hiato narrativo y también la prefiguración de una ausencia: la de Mouton, en la segunda parte de la película. La cesura anuncia también un relato fracturado que, si en la primera parte fluía siguiendo la cadencia de la rutina de su protagonista, en la segunda va a estructurarse como una fábula en diversos capítulos.

La sordidez de esa mixtura de horror, absurdo y azar de que se nutren los hechos acaecidos durante la fiesta de Sainte Anne se convierte en un silencioso ritornello que hace que también mute el tiempo del relato. Transitamos desde el presente cotidiano, inmediato, banal incluso, de la primera parte, a un presente distinto, cargado de melancolía, vuelto hacia el pasado, o suspendido incluso de esos segundos en que durante la fiesta de Sainte Anne, la existencia de Mouton -y también la de los que lo conocieron- va a cambiar para siempre.

Tan inesperado quiebro alinea la película de Deroo y Pistone con una ruta fundamental del cine contemporáneo y, también, de la modernidad: la fractura del relato en dos mitades, pasando de una línea recta centrada en un solo personaje a un cúmulo de secuencias de irregularidad interna, que orbitan alrededor de personajes hasta entonces periféricos e introducen recursos inéditos hasta entonces (destacando, por encima de todo, la voz en off de una narradora externa). El giro conlleva, también, la desaparición del personaje central; una ausencia que mira hacia el vacío de La aventura y que sume a la película y a sus criaturas en el desconcierto. Será entonces cuando empecemos a preguntarnos si el verdadero protagonista de este relato no es en realidad el pueblo de Courseulles-sur-Mer, que verá alterada su identidad de una forma tan dramática como, a la postre, imperceptible.

Tras la ruptura, el filme deviene algo así como un enigmático poema, en verso libre y no exento de ironía, sobre la historia secreta de los lugares que aparentemente no tienen historia. Esa que sólo nos puede ser revelada si estamos en el sitio adecuado en el momento adecuado. Y ni siquiera eso garantiza que la huella vaya a perdurar: el infortunado Mouton será, con el tiempo, poco más que una anécdota polvorienta en las vidas de los habitantes de esta anónima población costera, cuyas playas fueron, sin embargo, uno de los escenarios del desembarco de Normandía, con el que la Segunda Guerra Mundial empezó a inclinarse, definitivamente, del lado de los aliados. En la escena de la playa desierta, la que parte la película en dos, Mouton camina hacia el mismo mar por el que llegaron, en junio de 1944, millares de soldados británicos y canadienses. Tanto ellos como el joven que trabajó, encontró el amor, y lo dejó todo atrás después de la fiesta de Sainte Anne, no son ya otra cosa que fantasmas, presencias difuminadas por el tiempo. Todo es eventual, nada sobrevive, aunque siempre quedará alguien que recuerde nuestro nombre.

Gerard Casau
Toni Junyent
Cloe Masotta